
Amazonía y Acción Climática en Venezuela
Entender la realidad al sur del Orinoco permite generar acciones y soluciones basadas en la mejor evidencia disponible.

Todos los humanos tenemos un problema
El problema es el cambio climático. En el 2015 la humanidad se comprometió en París, durante la Conferencia de las Partes (COP 21), a mantener el aumento de la temperatura promedio del planeta por debajo de 2 °C con respecto a la que se registraba en épocas preindustriales. Para lograrlo, se reconoció explícitamente la necesidad de implementar planes ambiciosos de mitigación (acciones que permitan reducir y limitar las emisiones de gases de efecto invernadero en la atmósfera). Sin embargo, el Grupo Intergubernamental de Expertos sobre el Cambio Climático (IPCC) hizo hincapié en que el compromiso debería ser mantener el aumento de dicha temperatura por debajo de 1,5 °C. En el 2020 los países debían renovar sus compromisos e idealmente adquirir unos mayores y, con este fin, el IPCC llevó a cabo un estudio profundo de cuáles serían las consecuencias si la temperatura promedio del planeta aumentase en 1,5 °C. La conclusión es que serían notables pero manejables, siempre que también se implementasen ambiciosos planes de adaptación (acciones que buscan limitar los riesgos derivados del cambio climático).
Mantener el aumento de la temperatura por debajo de 1,5 °C es una meta desafiante, pero aún posible si se emplean todos los recursos y herramientas de las que disponemos para ello. Es importante que lo hagamos porque con un aumento de 2 °C, la meta del acuerdo de París, las consecuencias podrían ser mayores de lo previsto. Más inquietante aún, si seguimos al ritmo que vamos la temperatura promedio del planeta seguramente superará los 3 °C con respecto a la época preindustrial durante los próximos 100 años, una trayectoria de calentamiento que retrocederá el desarrollo humano notablemente.

El IPCC maneja tres escenarios principales con base en el aumento de temperaturas promedio del planeta con respecto a la época preindustrial: El mejor posible (1,5 °C), el consenso insuficiente (2 °C) y el potencialmente catastrófico (>3 °C). Las acciones que los países llevan a cabo actualmente para mitigar el cambio climático indican que el tercer escenario es el más probable de ocurrir durante los próximos 100 años. (Fuente: IPCC, 2019).
Con un aumento de más de 3 °C se estimó una alta probabilidad de que los efectos sobre los ecosistemas del planeta sean igual de dramáticos que para el humano. Particularmente, la Amazonía se vería profundamente afectada en el peor de estos tres escenarios, que por lo pronto es el más probable. La predicción para este escenario es una reducción considerable de las precipitaciones en la región, que transformaría al bosque tropical continuo más extenso y biodiverso del planeta en un ecosistema mucho más seco y propenso a incendios. Este y otros colapsos ecosistémicos no ocurrirían aisladamente de las consecuencias sociales del cambio climático, sino que serían causa y consecuencia de ellas. Los más de 30 millones de habitantes de la Amazonía, y una buena parte de la población suramericana, dependen de los servicios ecosistémicos que brinda este enorme bosque para vivir y prosperar.
De manera que la Amazonía y las personas que dependen de ella se encuentran en una situación de vulnerabilidad similar ante el cambio climático y en la misma necesidad de mantener el aumento de la temperatura por debajo de los 1,5 °C. Y en este objetivo podemos tratar al bosque amazónico como un aliado.
Soluciones basadas en la naturaleza
Una de las herramientas disponibles para la mitigación del cambio climático es precisamente la conservación del bosque amazónico y su aprovechamiento sostenible a través de políticas públicas basadas en la mejor evidencia disponible. Estas políticas se valen de los procesos de la naturaleza para proporcionar soluciones ecológicas y económicas, a las cuales llamamos “Soluciones basadas en la naturaleza”.
La fotosíntesis que ocurre en las hojas de los árboles es el proceso fundamental por el cual los bosques son una solución climática importante. El hecho de que las plantas utilicen la energía del sol para construir moléculas orgánicas tiene dos implicaciones significativas para el clima: 1) una menor proporción de la energía solar que llega a la superficie del planeta se convierte en calor y 2) se retiran de la atmósfera moléculas del principal gas de efecto invernadero atmosférico (CO 2 ) para incorporar ese carbono en los procesos metabólicos de la planta.
La fotosíntesis es el proceso bioquímico sobre el cual se fundamentan los servicios ecosistémicos climáticos de la selva amazónica. Perder hectáreas de bosques es perder hectáreas de fotosíntesis y, con ella, las soluciones basadas en ecosistemas al problema climático. (Fuente: IPCC, 2019).
El Bosque Amazónico venezolano, como cualquier bosque tropical, es un reservorio de carbono orgánico producto de la fijación de gases de efecto invernadero por parte de los árboles. Foto: Víctor García. Parque Nacional Canaima, Estado Bolívar.
El bosque amazónico venezolano, como cualquier bosque tropical, es un almacén de carbono. Durante millones de años ha retirado gases de efecto invernadero de la atmósfera y los ha transformado en millones de toneladas que componen la biomasa: hojas, troncos y detritos en el suelo. La densidad de carbono en la biomasa sobre el suelo de estos bosques promedia las 103 toneladas (t) por hectárea (ha), y éste valor podría alcanzar las 160 t/ha en zonas como el Delta del Orinoco, según estudios recopilados por la Red Amazónica de Información Socioambiental Georreferenciada (Raisg). Por su parte, los suelos de la Amazonía venezolana podrían llegar a contener entre 50 y 300 t/ha de carbono, dependiendo del lugar.
El sólo hecho de evitar que esta biomasa se queme o se degrade es de por sí una política pública para mitigar el cambio climático.
Además, la enorme extensión boscosa de la Amazonía absorbe la radiación solar y evita que se transforme en calor reflejado en la atmósfera. Esto ayuda a estabilizar su temperatura en niveles más bajos. Por lo tanto, las políticas públicas diseñadas para preservar la Amazonía son parte de las soluciones basadas en la naturaleza que debemos utilizar para alcanzar, al menos, la meta del Acuerdo de París.
Mapa de la temperatura superficial de la zona de Ciudad Guayana y sus alrededores (Provita, 2021). La diferencia entre una zona boscosa y la ciudad puede ser desde 3 °C hasta 10 °C (BBC News, 2017). El bosque también irradia menos calor que los pastizales.
La Amazonía también es un aliado para generar soluciones basadas en la naturaleza para la adaptación al cambio climático. El funcionamiento de los bosques tropicales favorece también la condensación y captación de agua atmosférica. Preservar la capacidad productiva de las cuencas hidrográficas amazónicas es una manera de adaptarse a un trópico más seco.
Bajo el dosel del bosque amazónico se oculta una extensa red de vías fluviales que solo puede existir gracias a la presencia de la capa vegetal. (Fuente: Provita, 2019).
Pero el bosque amazónico no es simplemente una solución pasiva de mitigación o adaptación, también se puede convertir en una fuente de ingresos por actividades sostenibles -como el turismo, por ejemplo-, que respondan a la necesidad de una economía más diversa y no extractiva, menos vulnerable a las incertidumbres climáticas.
Alternativas climáticamente inteligentes a la extracción
Almendra de Sarrapia en manos de niño de Aripao, Bajo Caura.
Esta semilla aromática es uno de los productos del bosque amazónico con mayor potencial de exportación. Al contrario de la minería, su cosecha no requiere deforestar ni contaminar la zona.
Foto: Luis Jiménez. Bajo Caura, Estado Bolívar.
Pisado de sarrapia (extracción de la almendra) en el Área de Conservación Suapure, Aripao. Las actividades sostenibles no sólo son compatibles con el bosque, también generan ingresos para las comunidades locales.
Foto: Luis Jiménez. Bajo Caura, Estado Bolívar.
Perforación de la corteza del “palo de aceite” para la extracción de aceite esencial de copaiba en el Área de Conservación Tzazena, Bajo Caura.
Foto: Luis Jiménez. Bajo Caura, Estado Bolívar.
Mujer piaroa en pleno proceso de manufactura artesanal con fibras autóctonas del bosque.
Foto: Antonio Briceño. Comunidad Piaroa, Estado Amazonas.
Práctica de kayak en raudales del Delta del Orinoco. Uno de los mayores potenciales de ingreso sostenible de la selva es el turismo ecológico, el cual preserva el ecosistema y la cultura indígena.
Foto: Juan Carlos Amilibia. Raudal del caño Mánamo, Estado Delta Amacuro.
Mujeres Warao en espera de turistas para ofrecer y vender sus artesanías elaboradas a mano a partir de la fibra de palma de moriche.
Foto: Juan Carlos Amilibia. Caño Mánamo, Estado Delta Amacuro.
Turistas caminando vía al Roraima Tepuy, un destino con un potencial de demanda muy alto si todas las condiciones están dadas para desarrollar el turismo sostenible.
Foto: Juan Carlos Amilibia. Parque Nacional Canaima, Estado Bolívar.
Constantino, pemón perteneciente a la comunidad de Paraitepuy, tiene la oportunidad de beneficiarse directamente del turismo trabajando como guía y porteador en el Roraima Tepuy.
Foto: Juan Carlos Amilibia. Cima del Roraima Tepuy, Parque Nacional Canaima, Estado Bolívar.
Pero pasar de un esquema insostenible y emisor de gases de efecto invernadero a uno sostenible que aproveche el potencial como sumidero de la selva requiere de muchas decisiones, tanto de las personas, las comunidades y, muy especialmente, de política pública. Para tomar buenas decisiones se requiere de buena evidencia sobre la cual basarlas. Para que el bosque amazónico de Venezuela se convierta en un aliado contra el cambio climático debemos entenderlo mejor.
Entender para mitigar
Por ejemplo, al día de hoy sabemos que el bosque amazónico venezolano (comprendido por bosque, manglar y bosque inundable) ocupa aún el 83% del territorio al sur del Orinoco.
Cobertura y uso del suelo en la Amazonía venezolana para el año 2018. (Fuente: Provita, 2021).
Sin embargo, la deforestación ha ocasionado la pérdida de al menos 2.899 km 2 de bosque desde el 2000 al 2018, una extensión equivalente a casi tres veces la isla de Margarita.
(Fuente: Provita, 2021).
Uno de los usos antrópicos que ha contribuido significativamente con la deforestación ha sido la actividad agropecuaria. En esta imagen podemos ver un ejemplo de la expansión ocurrida entre los años 2000 y 2018 en un sector al sureste del embalse de Guri.
Ubicación relativa del área deforestada, estado Bolívar. (Fuente: Provita, 2021).
Por otro lado, la minería también se ha convertido en un factor preocupante de deforestación en los últimos años. A pesar de que su extensión no es tan grande en magnitud, su intensidad sí se ha incrementado notablemente. En este ejemplo podemos ver la expansión de la actividad minera entre el 2000 y 2018 en el sector de Las Claritas, al este del estado Bolívar.
Ubicación de Las Claritas, estado Bolívar. (Fuente: Provita, 2021).
La deforestación en la Amazonía ha sido un tema difícil de entender, en parte porque en las imágenes de satélite no siempre es fácil distinguir las formaciones naturales sin bosques de las zonas deforestadas por actividades humanas. Sin embargo, es posible desarrollar mejoras en la metodología de análisis para comprender más profundamente este fenómeno, teniendo en cuenta que estas mejoras son parte de un proceso continuo y dinámico.
Un ejemplo de esto son las mejoras a los mapas de cobertura y uso del suelo de la Amazonía venezolana que Provita ha desarrollado en los últimos años. A la izquierda vemos un mapa generado en el 2020, con pocas clases y una menor precisión. A la derecha se observa un mapa generado este año (2021), el cual permite una mejor comprensión de lo que está sucediendo en la región. Este tipo de mejoras tecnológicas son instrumentos importantes para informar políticas de mitigación del cambio climático mediante soluciones basadas en la naturaleza.
Leyenda de cobertura y uso del suelo en la Amazonía venezolana.
Es a partir de este tipo de información que sabemos que las actividades agropecuarias han sido el mayor motor de la deforestación en la Amazonía venezolana, y su área sigue en aumento. Para el año 2018, estas actividades ocupaban una superficie de al menos 9.500 km 2 , habiendo resultado en la pérdida de al menos 2.600 km 2 de bosques entre el 2000 y el 2018. Pero también hemos determinado que el aumento está ocurriendo a una tasa anual cada vez menor. Gracias al análisis realizado, conocemos que muchas de estas áreas productivas son abandonadas tras unos pocos años. Esto es importante para las políticas públicas de restauración, de mejoramiento tecnológico de la producción agrícola y para los planes de ordenamiento, sobre todo en el caso eventual de recuperación de la actividad agropecuaria al sur del Orinoco.
Deforestación por actividades agropecuarias en la Amazonía venezolana entre los años 2000-2018. (Fuente: Provita, 2021).
La minería en cambio, causó únicamente el 9% de la deforestación total entre el 2000 y 2018. ¿Quiere decir esto que es un problema menor? No, pues sus impactos socioambientales se extienden por los ríos mucho más allá del lugar de extracción y no son visibles en la imagen satelital. Además, se ha detectado minería dentro de parques nacionales y territorios indígenas que están protegidos por ley. Tener los puntos de minería bien ubicados y conocer la tasa de deforestación causada por esta actividad, ayuda a diseñar mejores planes de control de su expansión y remediación de sus efectos.
En la imagen de la izquierda, los focos de minería se ven exagerados para facilitar su visualización. La minería a cielo abierto causa contaminación por metales pesados y sedimentación a lo largo del río sobre el cual se posiciona. En la imagen de la derecha se destaca en rojo la extensión fluvial que puede ser afectada por las actividades mineras identificadas. (Fuente: Provita, 2021).
El papel de la Sociedad Civil
Las soluciones basadas en la naturaleza son decisiones políticas y sociales de ir a favor, no en contra, de los ecosistemas. Son políticas públicas climáticamente inteligentes que surgen de una presión social. Es mucho lo que la sociedad civil puede lograr si se articula eficientemente para transformar las evidencias sistemáticamente producidas y recabadas en insumos para la comunicación, educación, toma de decisiones y diseño de políticas públicas. La Alianza para la Acción Climática Venezuela es una de las respuestas de la sociedad civil venezolana al reto que significa cumplir con las metas del Acuerdo de París.
En la alianza participan 18 organizaciones fundadoras, contando con 11 organizaciones no gubernamentales: Acción Campesina ; CISP ; Clima21 - Ambiente y Derechos Humanos ; Colectivo de Montañismo Ecológico Tatuy ; Fundación Desarrollo Sustentable de Venezuela ; Fundación Tierra Viva ; Grupo Social CESAP ; Instituto Venezolano de Estudios Sociales y Políticos (Invesp); Provita ; Todos por el Futuro y Wataniba . Además, se unieron institutos vinculados a cuatro universidades venezolanas: Centro Interamericano de Desarrollo e Investigación Ambiental y Territorial (CIDIAT) , Universidad de los Andes (ULA); Departamento de Ingeniería Hidrometeorológica , Universidad Central de Venezuela (UCV); Dirección de Sustentabilidad Ambiental , Universidad Católica Andrés Bello (UCAB); Foro para el Estudio del Cambio Climático , ULA; Universidad Nacional Experimental del Táchira (UNET); y, finalmente, los proyectos climáticos AULA TIDEs UN SDGs Action 2030 Agenda Education & Programming; y Más acciones más planeta.
Esta Alianza venezolana surgió para articular esfuerzos, mostrar la evidencia científica, fortalecer capacidades, promover cambios de comportamiento en la ciudadanía e incrementar la visibilidad y la atención al cambio climático. Es mucho lo que la sociedad civil organizada puede lograr.